viernes, 21 de septiembre de 2012

El euro, un engaño.

Desde el principio, vi cuadrado lo de la creación del euro, por las grandes diferencias existentes entre los países que componen la Unión Europea. Las ventajas de una moneda única son, básicamente, la de facilitar el comercio entre países al simplificar los cálculos; pero los inconvenientes superan con mucho las ventajas:
-Los países, individualmente, no pueden aplicar la política económica del tipo de cambio (revaluar o devaluar la moneda cuando les conviene).
-Tampoco pueden  aplicar la política monetaria: no pueden variar el tipo de interés, ya que lo fija el Banco Central Europeo; no pueden emitir moneda, etc.
Existe además, en la actualidad, otro gran inconveniente: la falta de una "conciencia nacional", al ser muy fuerte el sentido de pertenencia a un estado. Eso provoca la insensibilidad de los países que van mejor frente a los que van mal, sobre todo si la adopción de medidas para mitigar la suerte de los desfavorecidos exige sacrificios por parte de los que van mejor, o simplemente si ellos creen que les perjudica. Esto podemos contemplarlo claramente, cuando países del centro y del norte de Europa no sólo se desentienden de los que precisan ayuda, sino que les imponen unas condicionesque perjudican notablemente a sus intereses, atentos solo a que sus bancos recuperen el dinero prestado, sin importarles el sufrimiento de las personas (valen menos que el dinero).
¿Por qué, pues, se adoptó el euro? Simplemente, como se han hecho tantas cosas en la creación de la Unión Europea, porque quedaba bonito (el Espacio Schengen ha sido un fracaso a la hora de evitar la inmigración ilegal por las fronteras exteriores, ya que varias eran un coladero; pero se ha seguido con él). Se ha corrido demasiado; la adopción de una moneda única, en las debidas condiciones, hubiera exigido el paso de muchos años. Sobre todo, es muy importante la mentalidad de las personas que componen la Unión Europea, que debe converger antes de hablar de mayor unidad.
Gran Bretaña, que iba francamente mal, no tuvo los problemas con los mercados que sí tuvimos los españoles e italianos, porque aquellos saben que en caso necesario puede emitir moneda. Y no es esclava de la Zona Euro de la Unión Europea, como nosotros. Por cierto que creo es el único país europeo que sí tomó medidas efectivas para combatir la crisis, aunque a un coste social alto.
Todavía resulta más inicuo el procedimiento por el que se ha adoptado la moneda única, sin consultar a los ciudadanos, a los que se les habría de exponer, previamente, las ventajas y desventajas, con sinceridad. Es decir, que se pierde soberanía en cuestiones fundamentales, sin preguntar previamente su opinión a la gente. Luego se hablará de democracia...
Como decía aquel, los experimentos en casa y con gaseosa. Resulta muy cómodo lanzarse a aventuras por parte de quienes, como los políticos, tienen un trabajo cómodo y perciben grandes emolumentos. Muy diferente del que depende de un trabajo que puede perderse, más o menos penoso, y cuya suerte puede verse seriamente afectada precisamente por la toma de decisiones por parte de los políticos. Debiera arbitrarse un sistema para que respondieran por sus errores.
Pero todo resulta mucho más indignante si analizamos los tratados que han dado lugar al euro, que dejan la mayor parte del poder a un solo país, Alemania. En otro contexto, esto sería constitutivo de un delito de traición.
¿Y qué país es ese, al que se le ha dado tanto poder? Uno que tiene la obsesión por la estabilidad de precios como objetivo fundamental, como consecuencia de las inflaciones galopantes que padeció tras las dos guerras mundiales. Y el objetivo de la estabilidad de precios es incompatible con el del crecimiento.
El historial de Alemania en el siglo XX inspira cualquier cosa menos confianza: provocadora de una guerra mundial, corresponsable de otra, y autora del exterminio, por su etnia, de varios millones de personas. Y en la actualidad, el modo en que trata a parte de sus propios ciudadanos es cualquier cosa menos reconfortante y esperanzador: explota a sus trabajadores, y contempla con absoluta indiferencia la suerte de un buen número de desfavorecidos. Si esto lo hace con sus propios ciudadanos, ¿qué no hará con los de los demás países? Ya lo estamos viendo. Y eso lo hace con la complicidad de otros países del centro y norte de Europa, tan egoístas y ciegos como ella. En resumen, que los políticos que en mal día crearon el euro, se han lucido.
Como me decía uno, Alemania ahora no crea su imperio europeo enviando divisiones de tanques, sino por métodos más sutiles.
Ello sin entrar en detalles de disposiciones europeas absurdas, como la de que los estados no puedan financiarse directamente del Banco Central Europeo y deban hacerlo a través de la banca.
Deberían renegociarse los tratados; ello es mucho más prioritario que profundizar la unión política, de que se habla ahora; nos darían más por donde no digo. E inhabilitar a perpetuidad a los políticos que aprobaron nuestra adhesión al euro: gobernantes, diputados...
Ahora, a principios del 2016, actualizo lo expuesto para señalar el sufrimiento adicional que ha supuesto para nuestro país la pertenencia al euro, con ocasión de la crisis. Imposibilitados para variar el tipo de cambio, procedimiento habitual para hacer más baratas las exportaciones, la Unión Europea nos exigió que bajásemos los salarios mediante la reforma laboral, desposeyendo de sus derechos a los asalariados, para así favorecer la exportación, aludiendo a que era absolutamente necesario para salir de la crisis. No sé hasta qué punto tal razonamiento -ocultado a la opinión pública, lo que es una burla a la democracia - era sincero, u obedecía en realidad al deseo de las multinacionales de pagar menos a sus empleados; pero es contradictorio que al poco se exigiera también que España subiera el iva de la hostelería. Al disminuirse los salarios de los trabajadores, y también de los funcionarios, y facilitarse los despidos (al haber más demandantes de empleo, se bajaron de hecho los sueldos), la demanda interna disminuyó, incrementándose así la crisis. Pero con la consecuencia colateral de haberse agrandado aún más las desigualdades, y perdido cohesión social. Sabida es la triste suerte de tantos parados, obligados muchos de ellos a depender del sostén de sus padres o de la caridad de la Iglesia para sobrevivir; o a recurrir a la economía sumergida, circunstancia altamente indeseable para la hacienda pública, la competencia y para unas sanas costumbres laborales.