miércoles, 13 de noviembre de 2013

El destino de los políticos.

"El lugar de los políticos es la prisión" (del autor).
Como hemos visto a lo largo de las distintas entradas, no podemos salirnos de nuestra penosa situación en tanto no eliminemos la actual clase política. Esto debe abarcar la inhabilitación perpetua para acceder a cualquier cargo público de la totalidad de miembros de los partidos políticos (salvo los testimoniales y que no tengan responsabilidades en la crisis y en la corrupción), y la supresión de dichos partidos. No puede limitarse a los que han desempeñado cargos públicos: se trata de partidos corruptos, en los que todos, de alguna manera, participan de esa corrupción y son responsables de ella; las personas decentes ya se han ido o las han echado, pues estorbaban; a la política es aplicable la Ley de Gresham ("la mala moneda expulsa a la buena").
Se podría objetar que los partidos de extrema izquierda no son neoliberales. Pero ya se ha demostrado que son también corruptos, y altamente perniciosos para la convivencia ciudadana y el país; amén de que la izquierda es sinónimo de inmadurez: cuanto más a la izquierda, más inmaduro. Y las personas normales no tienen por qué ver mermada la calidad de su vida diaria por culpa de la inmadurez.
Este apartamiento de los actuales miembros de los partidos políticos debe ser acompañado por la oportuna exigencia de responsabilidades, extensible a jueces y fiscales deshonestos, a los corruptores y a todos aquellos cuyas prácticas dolosas han contribuído a la presente crisis económica ( no a los insensatos que han sido víctimas a su vez de la crisis, por haberse endeudado excesivamente, etc.). Para ello habría que dar por nulos los indultos a políticos corruptos (se protegen entre sí), eliminar con efectos retroactivos la prescripción de la corrupción, y reabrir los procesos de aquellos que se han beneficiado de trucos  legales indebidos o de fallos cómplices.
La exigencia de responsabilidades debería comprender tres frentes:
a) El despilfarro de los recursos públicos. Exigible a todos aquellos que han realizado inversiones públicas infrautilizadas, los responsables de la construcción de prisiones asimilables a hoteles de semilujo, los que hayan realizado gastos inútiles o suntuosos (viajes sin justificación razonable, compras de artículos de lujo como botellas de cava carísimas, etc.), o a aquellos culpables de la compra del voto con beneficios fiscales, subvenciones, etc.

b) La corrupción. En este apartado debieran incluirse aquellos que se han asignado sueldos o dietas (estoy pensando, sobre este último concepto, en la Administración Local) manifiestamente excesivos, los que han contratado a amiguetes o miembros de su partido, a los que han sobornado a  medios de comunicación con dinero público, y a todos los responsables de haber politizado, prostituyéndolas, a las diferentes Administraciones Públicas, incluída la judicial.

c) La crisis económica, incluyendo la adhesión de España al euro. No vale aducir que los teóricos representantes del pueblo han acatado la disciplina de voto; el  bien del país ha de estar muy por encima de los intereses de partido; serviría de escarmiento.

Si el pueblo español es quien detenta la soberanía, podemos hacer lo que consideremos oportuno, a través de las correspondientes leyes.

Lógicamente, no se trata de repetir la experiencia. Ello debería ir acompañado de un cambio de sistema político, ya que el actual no solo no funciona, sino que es gravemente perjudicial. En dicho sistema político, debería haber un Jefe de Estado fuerte, que nombrase a la cúpula del Poder Judicial (como se hace en muchos países democráticos), y que pudiera exigir responsabilidades a todas las administraciones públicas, en evitación de tantas ilegalidades e irregularidades como hemos podido contemplar.

Dicho Jefe de Estado no debe ser elegido por sufragio universal, ya que está comprobado que los españoles no tenemos suficientes elementos de juicio para escoger al más idóneo; no los conocemos lo suficiente. Baste pensar que Zapatero fue elegido dos veces.


martes, 5 de noviembre de 2013

El neoliberalismo económico, una ideología perversa.

Esta entrada es una especie de colofón de la titulada "Contra el neoliberalismo", por lo que recomiendo leer primero esta última.
 
Como hemos visto, el neoliberalismo económico, alias capitalismo salvaje, no tiene fundamento científico ni racional, sino que es una mera ideología.¿Y qué persigue dicha ideología?
 
Teóricamente, el mejor funcionamiento de la economía. Pero sus fines encubiertos son muy otros: que los que sean más ricos, puedan serlo más a costa de la masa, y que para ello no tengan las trabas que puedan oponerles los Estados; así como el pagar los menos impuestos posibles.
 
Se trata del triunfo de la codicia y de la más absoluta carencia de escrúpulos, así como del individualismo. Sus aplicaciones prácticas las podemos ver en la especulación con los alimentos, contra la deuda de los Estados, las hipotecas basura, los mercados de futuros (que especulan con los precios del petróleo y materias primas), la socialización de las pérdidas de la banca y la privatización de sus beneficios, la privatización de los servicios públicos (para darles carnaza a los políticos aliados con ellos y a sus familiares) y la destrucción del Estado del Bienestar, el descontrol de la banca,de las cajas de ahorro y del mercado financiero en general; el envilecimiento de las condiciones laborales y la consiguiente explotación de los trabajadores; una tributación ventajosa para las grandes empresas y los ricos; la falta de freno a la especulación inmobiliaria; la negativa a darle la vuelta a la crisis con un programa de inversiones públicas a nivel europeo; la primacía del cobro de las deudas estatales y de la banca sobre el nivel de vida de la población de los países deudores (lo que es lo mismo que decir del dinero sobre las personas); la prevalencia de la economía financiera sobre la real, etc.
 
La desregularización económica y la crisis económica subsiguiente no ha sido obstáculo para que los más ricos se hayan hecho más ricos todavía, y que se haya incrementado la brecha entre ricos y pobres: en Estados Unidos, los ingresos del 1% de la población más rica se han cuaduplicado entre 1980 y 2007, la época de la desregularización, mientras que se considera que la superélite, el 0,1%, ha obtenido una ganancia del 660%; para ese mismo periodo, la Oficina Presupuestaria del Congreso constató que el 20% superior de la población había experimentado una mejora de sus ingresos del 65%, mientras que el 20% inferior solo del 18% (ver Paul Krugman, "Acabad ya con esta crisis", pag.86). En internet pueden encontrarse otros indicadores.
 
Las consecuencias de la aplicación de las políticas económicas neoliberales han sido desastrosas: una crisis económica generalizada de las más graves que ha visto el mundo occidental; estados quebrados, y víctimas a su vez de los especuladores financieros y de los países más ricos, como Alemania; bajada de los salarios reales, un considerable desempleo, el subempleo y el empobrecimiento general de la población; la ausencia de perspectivas de mejora; jóvenes a los que se considera "una generación perdida"; el resurgimiento del hambre infantil en algunos países; una corrupción generalizada, ya que los más ricos han comprado a políticos (y estos a jueces y fiscales), periodistas, economistas, y poco menos que a todo el mundo; el desmantelamiento progresivo del Estado del Bienestar; y la perdida de cohesión social.
 
La codicia de los neoliberales y de sus secuaces tiene un magnífico ejemplo en la Biblia: el del rico que tenía noventa y nueve ovejas, y el pobre que tenía solo una; el rico no paró hasta quitarle la oveja al pobre.
 
Se trata, como ya se ha podido apreciar, de un sistema perverso, y que constituye para Europa una amenaza igual o mayor que la que en su día supuso el comunismo. El neoliberalismo económico ya fue explícitamente condenado por Juan Pablo II, en una  Exhortación Apostólica. La Doctrina Social de la Iglesia siempre ha propugnado la intervención del Estado en la economía, para corregir sus desequilibrios (por ejemplo, en la encíclica Caritas in veritate); y es de ver cómo Francisco ha criticado reiteradamente el capitalismo salvaje. La Iglesia es las pocas instituciones universales que se opone al presente estado de cosas; y mi aspiración sería que Francisco, en su próxima encíclica sobre la pobreza, condenase al neoliberalismo como intrínsecamente perverso; como en su día  hizo el papado con el comunismo.

Escrito esto, el 26.11.2013 el Papa Francisco ha publicado la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Aunque todavía no he tenido tiempo de leerla toda, ya no aspiro a que el papa, que se ha expresado en ella con su acostumbrado lenguaje directo y sin tapujos, diga nada más contra el neoliberalismo. Aconsejo su lectura, y especialmente sus puntos 53 a 60 y 202 a 204. Es un texto extremadamente contundente contra la ideología imperante en materia de política económica, que levantará muchas ampollas entre los poderosos y sus sirvientes, y que por cierto pone de relieve la elevada categoría intelectual de Francisco, puesta en duda por algunos. Puede observarse que a algunas de las cosas que dice ya me había referido yo en este blog; lo que afirma, lo apruebo (y que rabien, como ya lo están haciendo, los economistas neoliberales norteamericanos, que afirman que se ha metido con el capitalismo -no lo nombra -, cuando lo cierto es que con el que se ha metido es con el denominado "capitalismo salvaje").