miércoles, 15 de enero de 2014

Nacionalismo ua akbar

He leído un artículo sobre el nacionalismo, en la revista Vida Nueva, que me ha hecho reflexionar; y deseo compartir con vosotros las conclusiones a las que he llegado.

Ya muchos años antes había llegado al convencimiento de que el nacionalismo es fruto de mentalidades cerradas; los nacionalistas adolecen de un pecado original. Las consecuencias de estas mentalidades cerradas se ven agravadas, en el caso de España, por la escasez de espíritu crítico.

Pero lo que yo no tenía tan claro es que catalanismo  y nacionalismo son equivalentes; no me refiero a un catalanismo reducido a estimar la propia tierra (el amor a la propia tierra se da en todas partes), sino a un extremismo, que es lo que hay. Aunque sí era consciente de la existencia del fanatismo, manifestado desde hace años, por ejemplo, en cuestiones ideomáticas, al anteponer un idioma  a las personas (preciso que eso no lo hace ni mucho menos todo el mundo, aunque sí es cierto que el catalán está socialmente sobrevalorado; algo parecido pasa en el País Vasco, donde mucha gente se ha dejado comer el coco); y ya ni hablemos del fanatismo de los políticos y de algunos medios de comunicación.

Yendo al artículo, su autor es el prestigioso historiador vasco y jesuita Fernando García de Cortázar (Premio Nacional de Historia), y su título, "Nacionalismo y deshumanización"; artículo por el que expresa su preocupación por la simpatía "e incluso la adhesión al nacionalismo de sectores significativos de la comunidad católica.... Sabrán quienes la defienden que esta doctrina nunca ha respetado la pluralidad de opciones existentes en una sociedad, sino que siempre se ha entendido a sí misma como expresión única de la existencia y la voluntad de una nación". Pasando a referirse a continuación al aliento que se da a las movilizaciones catalanistas.
 
El autor expone que tal aliento contradice "las amargas afirmaciones hechas por la Iglesia a lo largo del siglo XX para denunciar el carácter del nacionalismo...que, más allá de una versión histórica concreta del nacionalismo, ahondan en la esencia misma de su ideología."
 
¿Cómo no recordar que el nacionalismo, en el pasado siglo, provocó nada menos que una sangrienta guerra mundial acompañada de un genocidio (persecución religiosa de los cristianos incluida), amén de otras guerras, como la de los Balcanes, o, ciñéndonos a nuestro país, el terrorismo de ETA?
 
Sabido es que el nacionalismo vasco (o vascón, pues tiene una indudable raiz étnica), a cuyo surgimiento y desarrollo no han sido ajenos en absoluto los curas y religiosos vascos, ha provocado la sustitución de la idea de Dios y de la religión por el nacionalismo, en una amplia capa de la población: el nacionalismo se ha convertido en la justificación de la existencia para esas personas. Todo un gran fracaso de la Iglesia particular vasca: no solo ha propiciado el alejamiento de Dios (en contra, precisamente, de su razón de ser, llevar a los hombres a Dios), sino que todo ello ha ido acompañado de un millar de asesinatos y de incontables sufrimientos de mucha gente, con la ocasional complicidad criminal de algunos eclesiásticos (y moral de bastantes más). Es la expresión de lo que sucede cuando se olvida el primer mandamiento -el más importante -, y se antepone el nacionalismo a Dios.

Como denuncia García de Cortázar, la Iglesia particular catalana también participa de esa lacra. Pero  ello viene de antiguo: tradicionalmente, los seminarios han constituído un semillero de nacionalismo; el monasterio masculino de Montserrat ha sido siempre una bandera del separatismo (como lo es manifiestamente en la actualidad su monasterio femenino, de la mano de una monja politizada, feminista y abortista); muchos políticos catalanistas provienen del escultismo católico (pese a su procedencia, no se puede afirmar que el séptimo mandamiento sea precisamente su fuerte); y conocido es el caso del que fuera obispo de Solsona, Deig, abiertamente separatista e impulsor de la idea de una Conferencia Episcopal Catalana (con motivaciones no precisamente pastorales). Etcétera.

El colmo del menosprecio del primer mandamiento, por parte del conjunto de los obispos catalanes, se dio con ocasión de la votación del Estatut impulsado por Maragall, cuyo contenido es inasumible para ningún católico (no por nada fueron fundamentales en su redacción partidos anticlericales). Pero los obispos pusieron en un platillo su contenido anticristiano, y en el otro el hecho de que implicaba mayor autonomía, y les vinieron a decir a los fieles que una cosa compensaba la otra, y que ellos mismos; no se preguntaron, o no quisieron preguntarse, qué hubiera hecho Jesús. Y eso sin contar la falta de ética que suponía un proyecto de ley que, como todos sabíamos -al menos los que tenemos un nivel mínimo, y que el fanatismo no nos ciega -, vulnera notoriamente la Constitución (y que no me hable nadie del politizado Tribunal Constitucional), de un modo que dificulta la pacífica convivencia de todos (la actual deriva de Cataluña hacia el desastre es resultado, en parte importante, de ese Estatut). Y cuando la Iglesia prescinde de la moral y de la ética, es que algo muy grave pasa.

Aunque como catalán y católico me preocupe, no quiero extenderme más sobre el nacionalismo en la Iglesia catalana, pues tampoco conviene insistir demasiado en una sociedad concreta, la catalana, cuando como afirma García de Cortázar, la esencia del nacionalismo es siempre la misma (y aquí no vale lo del pretendido "hecho diferencial catalán"). ¿Y cuál es esa esencia?

Al carácter exclusivista del nacionalismo ya se ha referido el conocido historiador, quien, por ser vasco, sabe de lo que habla. Yo lo veo en el día a día, cuando se identifica Cataluña con independencia, y se considera que las críticas al separatismo catalán son críticas a Cataluña. En ese contexto, los que no somos nacionalistas no contamos, y con bastante frecuencia somos vistos por los que sí lo son con manifiesta hostilidad; de lo cual se sigue que más vale no pronunciarse en público, y que la fractura social es un hecho.

Otra característica del nacionalismo es el fanatismo y, consiguientemente, la irracionalidad.  Ello va unido al totalitarismo: la comunidad se ve como un absoluto, una especie de dios, a quien sustituye, y que constituye una razón importante o fundamental de la existencia; un refugio a falta de otras creencias (aunque en los políticos se observe una curiosa disociación entre la comunidad -una idea abstracta - y sus ciudadanos, de cuyo dinero muchas veces no tienen ambages en apropiarse). La persona se convierte en un robot que no piensa, por no decir en una marioneta en manos de los políticos; de ahí su considerable empobrecimiento, la deshumanización a la que se refiere Cortázar.

Si comparamos a los nacionalistas y a los fundamentalistas islámicos, vemos que lo que cambia es el objeto, pero las mentalidades y las actitudes (fanatismo, cerrazón, exclusivismo, intolerancia), son las mismas: la independencia para unos,y la  aplicación estricta del Islam para otros, lo arreglará todo. De ahí el título de esta entrada: nacionalismo ua akbar.

Dios nos dio el cerebro para pensar...