lunes, 22 de febrero de 2016

Tarancón se equivocó

He leído una pequeña parte de las Memorias del cardenal Sebastián, colaborador del cardenal Tarancón en la época de la Transición española a la muerte de Franco; la parte precisamente más llamativa (se hacía eco de ella la revista Vida Nueva). De lo que expone el ahora cardenal, se desprende claramente que Tarancón, encargado de pilotar la Iglesia española en la época de la transición política, confundió sus deseos con la realidad, y pretendió pasar página con los partidos perdedores de la Guerra Civil, sin asegurarse previamente de que los mismos querían también la reconciliación, y no la revancha.

Una frivolidad; quien se irrogó un papel importante en el cambio de régimen, hubiera debido proceder mucho más cautamente, en vez de contribuir a dar entrada en el juego político a quienes provocaron una guerra civil y nada menos que un genocidio religioso (iniciado ya antes de la Guerra), con diez mil curas, monjas, obispos y seglares asesinados por su fe, iglesias quemadas, etc., sin contar las demás víctimas. Qué menos que un reconocimiento de sus crímenes, la petición de perdón y garantías de un cambio de mentalidad y de proceder; pero está visto que en este mundo la única entidad que ha pedido perdón por sus errores es la Iglesia Católica.

Que el antaño llamado bando rojo, ahora "republicano", llegaba a la democracia con ansias de revancha y ningún arrepentimiento de sus desmanes para con la Iglesia y la sociedad lo demuestra la trayectoria seguida por los partidos antes conocidos como izquierda, y que ahora no se sabe qué son porque el más importante de todos ellos, el PSOE, se ha pasado al neoliberalismo económico y ha traicionado todas sus esencias. Baste citar la sectaria Ley de la Memoria Histórica, la concesión de la nacionalidad española a los comunistas componentes de las Brigadas Internacionales, la concesión de indemnizaciones o compensaciones a los republicanos y, sobre todo y desde el punto de vista católico, la progresiva exhibición de un feroz odio religioso y una marcada intolerancia, que han ido más allá de las palabras y han sido acompañados por profanaciones, ataques a la enseñanza religiosa con vulneración de acuerdos internacionales, intentos de incautaciones de templos, acoso a la Iglesia y, en suma, desprecio de la libertad religiosa y por consiguiente de los derechos humanos.

No en vano se dice que San Juan Pablo II estaba indignadísimo con Tarancón, y que le reprochó que en la Constitución no salía ni una sola vez la palabra Dios, y que no hubiese promovido un partido cristiano; y le culpó de la futura descristianización de España. Y los hechos le han dado la razón.

Sale también en dichas Memorias que Tarancón consultaba con el cardenal Jubany, eclesiástico con fama de progre y que, intelectual él, despreciaba la piedad popular (desconociendo lo que dice en la materia el Concilio Vaticano II) y contribuyó decisivamente a la prohibición de las procesiones en Cataluña y con ello y otras actuaciones a su descristianización. Dime con quien andas, y te diré quién eres. Y los obispos y curas progresistas y nacionalistas han provocado y provocan incontables daños a la fe.

No puedo dejar de citar, en tan desastroso balance, el envilecimiento de la sociedad española como consecuencia de las leyes promovidas por los partidos izquierdistas que atentan contra la familia, de diversas formas.

En suma, que si como dijo Cristo por sus hechos los conocereis, el alabado cardenal no creo se merezca el incienso que le han echado.

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